Partiendo de
la contextualizo de la
investigación en la escuela como proceso continuo que favorece la reflexión
colectiva en y sobre la práctica, el autor nos va ofreciendo algunas pistas
sobre el diario de clase como un valioso recurso para reflexionar y cuestionar
nuestra práctica, y como guía para investigar y modificar ésta hacia una
práctica más reflexiva y evaluada.
La práctica
no es sólo lo que se ve
Habitualmente se suele hablar de práctica
identificándola sólo con “lo que se hace”. En el caso de la enseñanza,
y según esta concepción, la práctica educativa se identificaría sólo con lo
que hacen los profesores en las aulas con sus alumnos. Esta idea, bastante restrictiva y simplificadora de la realidad, se utiliza más de lo habitual como
mecanismo justificativo de determinadas posiciones del tipo: “Eso no es útil
para la práctica”; “eso no se puede llevar a la práctica”; “es demasiado teórico”, etc. Desde esta perspectiva se olvida una dimensión
que, para nosotros tiene vital importancia, y que puede parecer bastante
simple, en principio, y es que toda práctica obedece a una teoría. Así enunciada la cuestión estamos casi todos de acuerdo ¿no?, pero ¿qué
implicaciones tiene tenerla en cuenta cuando nos estamos planteando la posible transformación el cambio, la evolución de determinadas prácticas educativas?
En primer lugar, afirmaríamos que la práctica no es
sólo “lo que se ve”, sino, y también, lo que hay detrás de lo que se ve.
0 lo que es lo mismo, que nuestros actos como profesionales están guiados y justificados por un conjunto de ideas, creencias, concepciones, etc., del
tipo: “o los alumnos hay que
formarlos para...”; “hay que trabajar
estos contenidos porque...”; “la mejor manera
de enseñar es...”; “el tiempo y el
espacio lo organizo así porque...”; “conocer consiste en...”; “la escuela debe servir para...” (hay tantos
ejemplos en la literatura reciente que apoyan esta idea, que no nos vamos a
detener para justificarla).
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